domingo, 30 de diciembre de 2018

Y Tú, ¿Cuántos Seguidores Tienes?


Un grupo de tres jovencitos comparaban el número de sus seguidores que tienen en Instagram.
El mayor, con más tiempo en el portal, orgullosamente aportó su número, 500.
La señorita, con apenas unos meses en el portal; anunció 100 seguidores.
Por último el más jovencito y con apenas una semana
en el portal con voz de triunfó aclamò: ¡30!


Después de unos momentos de choque de manos y de compartir consejos entre ellos,
se voltean hacia mí, y me preguntan: “Y tú, ¿cuántos seguidores tienes?
De seguro tienes muchos, ¡pues tienes más tiempo que nosotros usando Instagram!
Un poco intimidada contesté, “Bueno, es cierto, ya tengo dos años usándolo pero,
¡solo tengo 60 seguidores!”
Las risas de sorpresa, incredulidad y burla se hicieron escuchar por toda la casa.
¡60 seguidores! ¡Que tristeza!


Me pregunto, ¿Por qué tanta ambición en obtener el mayor número de seguidores
en las diferentes redes sociales entre la juventud, y entre adultos?
¿Que ejemplo y de qué manera estoy influenciando la vida de las personas
que me siguen en Instagram?
¿Es mi ejemplo digno de seguir?
¿Estoy siendo objeto de celos y descontentamiento
en la vida de mis seguidores?


Cuando Jesús caminó en esta tierra mucha gente le seguía (Mateo 4:24-25; Mateo 13:2)
La muchedumbre le seguía porque miraban sus obras,
enfrente de sus ojos Jesús sanaba enfermos, daba vida a los muertos y
alimentaba multitudes. Muchos le seguían porque creían en El. Otros, por interés propio.


Es bueno saber cuántos seguidores tienes, pero más importante es saber  
 a quién sigues y por qué le sigues.
Y aún más importante es seguir al Maestro, él único amigo fiel que está contigo
cuando todos te  han abandonado. Sigue a Jesús, él no se esconde detrás de una pantalla, de lo contrario, gustosamente se da a conocer tal como es a través de las Sagradas Escrituras.
Y aunque no tiene Instagram, Es el que más seguidores se merece.

Silvia Pérez de Gingerich
Este artíulo aparareció en el sitio web de Nuestro Pan Diario.

sábado, 29 de diciembre de 2018

Quietud Antes Del Bullicio.




Salmos 27:4-5
“Una cosa he pedido al SEÑOR, y ésa buscaré:
que habite yo en la casa del SEÑOR todos
los días de mi vida, para contemplar la hermosura del SEÑOR,
y para meditar en su templo.
Porque en el día de la angustia me esconderá en su tabernáculo;
en lo secreto de su tienda me ocultará;
sobre una roca me pondrá en alto”.


Mi parte favorita del día es cuando la casa está quieta, la luz del día empieza a filtrarse
por la ventana
y yo disfruto de una taza de café con mi Biblia en mi regazo.
Cierro los ojos y susurro:
“Padre, háblame. Aquí estoy, a tu servicio.  Úsame hoy.”


Con cada segundo que pasa, el bullicio afuera aumenta más.
Y yo, en la quietud de mi sala, saboreo momentos de comunión con
mi Padre Celestial.


Las demandas del día amenazan por entrar a prisa a mi mente pero, no.
No les abriré la puerta todavía. No puedo hacerles frente sin antes
buscar el rostro de mi Padre.


No hay caso de  visitar a los huérfanos y a las viudas sin antes mirarme detenidamente
en el rostro de mi Padre.


Mi prioridad es llevar su gloria a todas partes.
Mi mayor deseo es que Él sea el punto de referencia, la razón por la cuál respiro.  
Quiero que Él sea el centro de atención en mi vida.


¿Haz experimentado la quietud en medio del bullicio?
¡Te invito a que lo hagas la parte favorita de tu día!

Silvia Pérez de Gingerich
Este artículo también lo puedes encontrar en el sitio web de Nuestro Pan Diario.

En Busca De Un Abrazo.

Tan pronto como la vi, supe que; tras esos ojos grandes, negros y tristes, había una historia nunca antes contada. 
A primera vista uno hubiese podido adivinar que llevaba una vida colorida. Un vistazo a su corazón, y la verdad florecía con colores negros, tan negros que, los tonos gris era lo único que le daba color a su vida.

En su mente no existía ni el mas vago recuerdo de lo que fue su vida antes de los 3 años. Para ella, los recuerdos que llevaba empacados en la maleta de su corazón eran los que vivió con su familia adoptiva.

No solamente llevaba un nombre extranjero, sino que el aroma que le despertaba el hambre, eran esos que vivió con una familia que le dio todo menos protección y calor humano.


En sus tres décadas de rondar por este mundo, había vivido en carne propia el desprecio, el abuso y la soledad en un país extraño con una familia que no eran su sangre.


Y precisamente en esa etapa de su vida estaba cuando la  conocí. 

"Por muchos años he rehusado saber del hombre y la mujer que me trajeron a este mundo", me confió, "pero en los últimos meses, sueño con ellos, los siento a mi alrededor, y el deseo de encontrarlos me está matando".

Y sin titubear, me preguntó, "¿Cómo se sienten los abrazos de tu verdadera madre? Me imagino que serán diferentes a los de tu madre adoptiva. Tal vez nunca lo sabré. Quizá no será cómo me lo imagino pero añoro los abrazos de mi madre".



¿Cómo son los abrazos de mi madre? He estado meditando en esa pregunta por mucho tiempo. Estoy segura que no hay diferencia entre los abrazos de las madres biológicas y las madres adoptivas.

La diferencia está en cada persona y en cada experiencia como hijos.

Mi reto como madre es ser más sensible a las necesidades sentimentales de mis hijos. El calor físico de una madre, ya sea biológica o no, evitará muchos sentimientos de soledad y enfriamiento cuando estos sean adultos.

Seamos más amorosas. Especialmente con aquellos que no escogieron ser parte de nuestra familia.
"Y tomándolos en sus brazos, los bendecía, poniendo las manos sobre ellos". Marcos 10:16

Silvia Pérez de Gingerich

El Amor Que Triunfará



"Tengo el corazón destrozado," susurró entre sollozos,  su mirada clavada en el vacío. "El corazón me duele, me duele tanto. Lo tengo destrozado, ya no puedo  respirar."
Momentos atrás había yo llegado a su casa. Algo en mi interior me decía que debía ir a visitarla.

Tan pronto como la puerta se abrió pude notar sus ojos hinchados y rojizos por tanto llorar. Inmediatamente le pregunté que pasaba, y sin responderme, se dejó caer en mis brazos.


Su cuerpo se estremecía violentamente con los sollozos, los gemidos, y los torrentes de lágrimas que salían con gran velocidad de lo profundo de su alma. 
Su cuerpo entero respondía a la incredulidad de su fresco descubrimiento.

"Me ha sido infiel", logró susurrar entre sollozos.

 ¿Infiel? Mi corazón comenzó a acelerar alocadamente.  
Eso es imposible. Escenas felices de esta querida pareja  comenzaron a reproducirse en mi mente.

El día de su boda, ella radiante de felicidad. El, sonriendo de oreja a oreja, orgulloso de su perla. 

Su primer casita, humilde pero llena de amor y armonía. El día que se convirtieron en padres por primera vez, por segunda vez. 
El ministerio  que el Señor les había encomendado. 

¡Parecía que Dios les estaba usando poderosamente! 

Se me hacia que ella estaba sobre reaccionado.

"¿Estás segura?, le pregunté con voz temblorosa.  Poco a poco los detalles empezaron a salir a luz y para el tiempo que había sacado todo de su pecho,  yo podía ver las estadísticas de los números de divorcio aumentar.


Unos años después, mientras compartíamos un café en la sala de mi casa, le pregunté, "¿Por qué lo perdonaste? ¿Cómo es que estas con él todavía?"


Una sonrisa genuina se formó en sus labios. Su mirada se clavó en la mía, y respirando profundamente, me respondió:

 "Por mi Dios, y por mis hijos. El estaba verdaderamente arrepentido, no solamente por el daño y el dolor que me causó, sino por la manera tan grotesca con que pecó contra su Dios. Dios lo perdonó, ¿cómo podría yo vivir con mi corazón lleno de odio hacia él?"

Las dos guardamos silencio por unos segundos. Yo impaciente por escuchar el resto de su respuesta.


"El no era mi enemigo", continuó, "los dos teníamos un enemigo que estaba ganando territorio en nuestras vidas y no íbamos  a permitirle que ganara la batalla. Su infidelidad me causó mucho dolor pero ¿cuántas veces he hecho yo lo mismo contra mi Dios? - ¡Muchas, muchas veces!"


  "¿Y sabes qué es lo maravilloso?, me preguntó sin esperar respuesta,  "Que cada vez que me arrepiento y  le pido perdón, El me perdona y me recibe con mucho amor".


"Perdonar y aprender a amar a mi esposo", continuó, "ha sido lo más difícil y agridulce que he hecho en mi vida hasta el momento.  No lo hice por mí, lo hice para que el nombre de Dios fuera exaltado".


Respirando profundamente, y con una sonrisa de triunfo en sus labios, como cerrando con broche de oro, finalizó: "Pero una cosa si sé. Yo nunca hubiera podido ser capaz de perdonar la infidelidad de mi amado esposo si mi corazón no hubiera estado saturado con el amor de Dios. No hay otra explicación."


Las do sonreíamos. Yo sonreía de gozo porque, enfrente mía tenía un milagro: el amor triunfando. Cuando todos la aconsejaban que dejara a su esposo, y que lo hiciera sufrir a través del enojo e indiferencia,  ella escogió escuchar y obedecer  la voz del amor divino y se quedó: por amor a su Dios.

"Yo te he amado con un amor eterno". Jeremías 31:3

Silvia Pérez de Gingerich