sábado, 29 de diciembre de 2018

El Amor Que Triunfará



"Tengo el corazón destrozado," susurró entre sollozos,  su mirada clavada en el vacío. "El corazón me duele, me duele tanto. Lo tengo destrozado, ya no puedo  respirar."
Momentos atrás había yo llegado a su casa. Algo en mi interior me decía que debía ir a visitarla.

Tan pronto como la puerta se abrió pude notar sus ojos hinchados y rojizos por tanto llorar. Inmediatamente le pregunté que pasaba, y sin responderme, se dejó caer en mis brazos.


Su cuerpo se estremecía violentamente con los sollozos, los gemidos, y los torrentes de lágrimas que salían con gran velocidad de lo profundo de su alma. 
Su cuerpo entero respondía a la incredulidad de su fresco descubrimiento.

"Me ha sido infiel", logró susurrar entre sollozos.

 ¿Infiel? Mi corazón comenzó a acelerar alocadamente.  
Eso es imposible. Escenas felices de esta querida pareja  comenzaron a reproducirse en mi mente.

El día de su boda, ella radiante de felicidad. El, sonriendo de oreja a oreja, orgulloso de su perla. 

Su primer casita, humilde pero llena de amor y armonía. El día que se convirtieron en padres por primera vez, por segunda vez. 
El ministerio  que el Señor les había encomendado. 

¡Parecía que Dios les estaba usando poderosamente! 

Se me hacia que ella estaba sobre reaccionado.

"¿Estás segura?, le pregunté con voz temblorosa.  Poco a poco los detalles empezaron a salir a luz y para el tiempo que había sacado todo de su pecho,  yo podía ver las estadísticas de los números de divorcio aumentar.


Unos años después, mientras compartíamos un café en la sala de mi casa, le pregunté, "¿Por qué lo perdonaste? ¿Cómo es que estas con él todavía?"


Una sonrisa genuina se formó en sus labios. Su mirada se clavó en la mía, y respirando profundamente, me respondió:

 "Por mi Dios, y por mis hijos. El estaba verdaderamente arrepentido, no solamente por el daño y el dolor que me causó, sino por la manera tan grotesca con que pecó contra su Dios. Dios lo perdonó, ¿cómo podría yo vivir con mi corazón lleno de odio hacia él?"

Las dos guardamos silencio por unos segundos. Yo impaciente por escuchar el resto de su respuesta.


"El no era mi enemigo", continuó, "los dos teníamos un enemigo que estaba ganando territorio en nuestras vidas y no íbamos  a permitirle que ganara la batalla. Su infidelidad me causó mucho dolor pero ¿cuántas veces he hecho yo lo mismo contra mi Dios? - ¡Muchas, muchas veces!"


  "¿Y sabes qué es lo maravilloso?, me preguntó sin esperar respuesta,  "Que cada vez que me arrepiento y  le pido perdón, El me perdona y me recibe con mucho amor".


"Perdonar y aprender a amar a mi esposo", continuó, "ha sido lo más difícil y agridulce que he hecho en mi vida hasta el momento.  No lo hice por mí, lo hice para que el nombre de Dios fuera exaltado".


Respirando profundamente, y con una sonrisa de triunfo en sus labios, como cerrando con broche de oro, finalizó: "Pero una cosa si sé. Yo nunca hubiera podido ser capaz de perdonar la infidelidad de mi amado esposo si mi corazón no hubiera estado saturado con el amor de Dios. No hay otra explicación."


Las do sonreíamos. Yo sonreía de gozo porque, enfrente mía tenía un milagro: el amor triunfando. Cuando todos la aconsejaban que dejara a su esposo, y que lo hiciera sufrir a través del enojo e indiferencia,  ella escogió escuchar y obedecer  la voz del amor divino y se quedó: por amor a su Dios.

"Yo te he amado con un amor eterno". Jeremías 31:3

Silvia Pérez de Gingerich

  




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